Con Luis Antonio de Villena deambulé la noche de Madrid en otro tiempo, conocí a su madre, disfruté de su colección de manuscritos y primeras ediciones (Lord Byron, Proust, Céline, Gil de Biedma...), echamos buenas conversaciones al teléfono, cenábamos en un restaurante japonés. Venían amigos de fuera y también quedábamos para reír y engolfar. Luis Antonio dirigía la orquesta, siempre al caer el sol, y la conversación iba igual de cine que de poesía, de novela que de teatro. De arte tantas veces. De música mucho menos. Siempre había algo de qué hablar. A veces hospitalario, a veces desabrido. Y cuánto disfrutamos. Fueron varios años de ronda. Después aquello quedó algo atrás, aunque no el cariño, ni la admiración, ni la lectura de sus libros (trabajador sin fatiga), ni el buen recuerdo míos. Fuimos amigos y ahora somos un buen recuerdo de amistad.
Para saber de aquel Madrid de Chueca, de sus galpones y laberintos, de su miseria y su maravilla, no había mejor zahorí. Da igual en qué deseo militases, con Villena lo que importaba era quemar el tiempo y regresar a casa con el botín de referencias nuevas, libros por abrir, películas que ver, anécdotas loquísimas para acumular. Es un tipo severo, lúdico, interesantísimo. También gamberro y enguantado de anillos. Recuerdo el día que salimos a la carrera para perpetrar un simpa porque sí en un garito de la calle del Conde de Xiquena por cuatro copas de nada. Luis Antonio echó tan largo el paso que casi frena en la Plaza de España. Cuántas risas también con ciertas chiquilladas.
En los años de juventud y más allá cultivó por fuera el dandismo que nadie alcanzaba igual en esta ciudad, un poco a lo Hoyos y Vinent sin malograrse. Aún lo mantiene intacto aunque ahora es más por dentro, donde ya la sastrería y el tul y los foulards y las gafas de fantasía no importan más que el desencanto del dandi de verdad.
En estos días reconozco perfectamente al Luis Antonio que he querido cuando leo por segunda vez los poemas de Miserable vejez, el libro de poemas que acaba de lanzar en la editorial Visor. Es un conjunto poderoso, de altos desengaños, pero ni en derrota ni en doma. Trae la bella dignidad de lo cansado, de lo que casi ya se ultima. Luis Antonio de Villena titula con fuerza Miserable vejez y desde esa dura certeza escribe con alta poesía contra un tiempo que es el oro gastado del mundo que fue. Él lo vivió con plenitud, con apetito, con mapa propio, con fuego. Este Luis Antonio es el Villena mejor: «Como Proust soy y somos fantasmas, seres de lejanía./ Sin la vida vulgar no hay arte sublime y el artista/ debe vestir el charol del espanto para brillar más allá». Hora de verse.